sábado, 4 de diciembre de 2021

Francisco: «En la oscuridad de la historia, Cristo es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo»

 «Necesitamos ponernos uno junto al otro, compartir las heridas y afrontar el camino juntos»

En la memoria de San Francisco Javier el Papa celebró la Santa Misa en el Estadio Neo GSP de Chipre. Del Evangelio de Mateo, que narra de los ciegos que expresaban a gritos a Jesús su miseria y esperanza, el Papa Francisco desarrolló su reflexión, deteniéndose en tres pasos del encuentro que, en este camino de Adviento, «pueden ayudarnos a acoger al Señor que viene.»

Los ciegos que gritaban a Jesús mientras lo seguían, llamándolo «Hijo de David» - título que era atribuido al Mesías, que las profecías anunciaban como proveniente de la estirpe de David – no lo «veían», pero «escuchaban su voz y seguían sus pasos». Buscaban en Cristo «lo que habían preanunciado los profetas, es decir, los signos de curación y de compasión de Dios en medio de su pueblo». Los dos ciegos del Evangelio – dijo el Santo Padre - «se fían» de Jesús y lo siguen en busca de luz para sus ojos. Y lo hacen porque «perciben que, en la oscuridad de la historia, Él es la luz que ilumina las noches del corazón y del mundo, que derrota las tinieblas y vence toda ceguera».

    «También nosotros, como los dos ciegos, tenemos cegueras en el corazón. También nosotros, como los dos ciegos, somos viajeros a menudo inmersos en la oscuridad de la vida. Lo primero que hay que hacer es acudir a Jesús, como Él mismo dijo: «Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar» (Mt 11,28). ¿Quién de nosotros no está de alguna manera cansado y abrumado? Pero nos resistimos a ir hacia Jesús; muchas veces preferimos quedarnos encerrados en nosotros mismos, estar solos con nuestras oscuridades, autocompadecernos, aceptando la mala compañía de la tristeza. Jesús es el médico, sólo Él, la luz verdadera que ilumina a todo hombre (cf. Jn 1,9), nos da luz, calor y amor en abundancia. Sólo Él libera el corazón del mal».

El «primer paso» indicado por el Papa es, pues, «ir hacia Jesús»: darle la posibilidad de curarnos el corazón.

Si cada uno piensa en sí mismo, no podrá curarse la ceguera

Tal como reza el relato evangélico, en este caso no se cura a un solo ciego, sino dos: «se encuentran – dijo el Papa - juntos en el camino». Lo significativo, tal como indicó el Santo Padre, es que dicen a Cristo «ten piedad de nosotros». No piensa «cada uno en su propia ceguera, sino que piden ayuda juntos». Se trata del «signo elocuente de la vida cristiana, el rasgo distintivo del espíritu eclesial» que es «pensar, hablar y actuar como un ‘nosotros’, saliendo del individualismo y de la pretensión de la autosuficiencia que enferman el corazón».

    «Los dos ciegos, al compartir sus sufrimientos y con su amistad fraterna, nos enseñan mucho. Cada uno de nosotros de algún modo está ciego a causa del pecado, que nos impide «ver» a Dios como Padre y a los otros como hermanos. Esto es lo que hace el pecado: distorsiona la realidad, nos hace ver a Dios como el amo y a los otros como problemas. Es la obra del tentador, que falsifica las cosas y tiende a mostrárnoslas bajo una luz negativa para arrojarnos en el desánimo y la amargura. Y la horrible tristeza, que es peligrosa y no viene de Dios, anida bien en la soledad. Por tanto, no se puede afrontar la oscuridad estando solos. Si llevamos solos nuestras cegueras interiores, nos vemos abrumados. Necesitamos ponernos uno junto al otro, compartir las heridas y afrontar el camino juntos».

Son esos los motivos por los que el Papa señala el segundo paso: el de llevar «juntos» a Jesús nuestras heridas. Y es el motivo por el que «frente a cada oscuridad personal y a los desafíos que se nos presentan en la Iglesia y en la sociedad» somos llamados «a renovar la fraternidad», puesto que, «si permanecemos divididos entre nosotros, si cada uno piensa sólo en sí mismo o en su grupo, si no nos juntamos, si no dialogamos, si no caminamos unidos, no podremos – aseguró Francisco - curar la ceguera plenamente».

Se necesitan cristianos «luminosos»

Aunque Jesús había recomendado a los ciegos, tras haberlos curado, que no dijeran nada a nadie, ellos, sin embargo, hicieron lo contrario. No fue para «desobedecer al Señor», sino simplemente porque «no lograron contener el entusiasmo» del encuentro y de su curación. De ahí que el tercer y último paso indicado por el Papa haya sido el de «anunciar el Evangelio con alegría», signo distintivo del cristiano:

    «La alegría del Evangelio, que es incontenible, «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1), libera del riesgo de una fe intimista, distante y quejumbrosa, e introduce en el dinamismo del testimonio.»

Vivir con alegría el anuncio liberador del Evangelio, aseguró Francisco, «no se trata de proselitismo, sino de testimonio; no es moralismo que juzga, sino misericordia que abraza; no se trata de culto exterior, sino de amor vivido». He aquí que animó a los chipriotas, tras haber manifestado su alegría por ver cómo viven el Evangelio, a seguir adelante y a renovar el encuentro con Jesús, saliendo «sin miedo» para testimoniarlo, llevando «la luz» recibida para «iluminar la noche que a menudo nos rodea».

    «Se necesitan cristianos iluminados, pero sobre todo luminosos, que toquen con ternura las cegueras de los hermanos, que con gestos y palabras de consuelo enciendan luces de esperanza en la oscuridad; cristianos que siembren brotes de Evangelio en los áridos campos de la cotidianidad, que lleven caricias a las soledades del sufrimiento y de la pobreza».

Renovar la confianza en Jesús, que «escucha el grito de nuestras cegueras» y que «quiere tocar nuestros ojos y nuestro corazón», «atraernos hacia la luz, hacernos renacer y reanimarnos interiormente» es la recomendación final del Papa que invoca, al final de su homilía al Hijo de Dios:

    ¡Ven Señor Jesús!

 3/12/21 2:07 PM  (Vatican.news/InfoCatólica)

miércoles, 24 de noviembre de 2021

¿Hacia dónde va la «Iglesia sinodal»?

 

Causa, como mínimo, sorpresa que en los últimos años se haya insistido tanto en cuestionar la supuesta «autorreferencialidad» de la Iglesia, ¡y ahora se convoque a un sínodo para potenciar lo que se supone fuera de lugar! ¿No ha llegado la hora de releer, y llevar a la práctica, lo que enseña el libro de los Hechos de los Apóstoles? Sería una oportunidad inmejorable para que la «Iglesia en salida» imitase aquel ardor misionero de Pentecostés; con la conmovedora confesión de la fe, y el martirio de los apóstoles y los primeros discípulos.

Monseñor Héctor Aguer


El Sumo Pontífice ha convocado para octubre de 2023 la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, para tratar el tema «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión». Y, para ello, ha establecido que desde este año, en todas las diócesis del mundo, se convoquen asambleas para «escuchar al pueblo de Dios». En otras palabras: la Iglesia ha entrado en un estado deliberativo permanente, de tres años, a escala planetaria. ¿Se persigue, acaso, relativizar la composición jerárquica de la Iglesia, para darle poder ejecutivo «a las bases»? ¿Se están analizando «nuevos ministerios» laicales; que compitan con los ministerios ordenados, los limiten y hasta, eventualmente, se constituyan en sucedáneos de ellos? ¿Va camino la «Iglesia sinodal» de transformarse en una democracia liberal?

Causa, como mínimo, sorpresa que en los últimos años se haya insistido tanto en cuestionar la supuesta «autorreferencialidad» de la Iglesia, ¡y ahora se convoque a un sínodo para potenciar lo que se supone fuera de lugar! ¿No ha llegado la hora de releer, y llevar a la práctica, lo que enseña el libro de los Hechos de los Apóstoles? Sería una oportunidad inmejorable para que la «Iglesia en salida» imitase aquel ardor misionero de Pentecostés; con la conmovedora confesión de la fe, y el martirio de los apóstoles y los primeros discípulos.

Desde hace más de seis décadas, hablamos del aggiornamento eclesial. Etimológicamente, la palabra significa poner al día (giorno). ¿Existe, acaso, algún día que dure varios lustros? Y, además, ¿se ha profundizado, en este tiempo, en el mandato que nos da Jesucristo: Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado (Mt 28, 19-20)? ¿Y, también: Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará (Mc 16, 15-15)? Cumplir con lo que nos pide el Señor, evangelizar, y hacer nuevos hijos suyos no es proselitismo, sino un acto de obediencia, y de justicia; y fuente de verdadero gozo. Da mihi animas caetera tolle (Dadme almas, y llévate todo lo demás), repetía San Juan Bosco; en tiempos no menos difíciles para la Iglesia.

En distintos artículos publicados por InfoCatólica sostuve que en estos días nuestros, muchos temen la división de la Iglesia. Desde una perspectiva relativista se apunta como responsables a los grupos de conservadores y progresistas, como si fueran igualmente ideologizados; ambos deberían sumergirse en el gran río que es la Iglesia, donde caben todos (no nos engañemos: en realidad, para el relativismo unos más que otros), o considerarse cada uno cara de gran poliedro, que es la figura eclesial. En esa visión quienes molestan son quienes adhieren, por razones históricas y teológicas, sobrenaturales, a la Gran Tradición católica, y se resisten a adoptar los «nuevos paradigmas» propuestos y sostenidos oficialmente. Conservadores y progresistas (quizás estos nombres no sean los adecuados), si no endurecen e ideologizan su posición, podrían ser matices respetuosos de la ortodoxia doctrinal, y compartir pacíficamente la tarea pastoral.

Lo puse de relieve en mi trabajo «Lamentable retroceso», a propósito de Traditionis custodes: El actual Pontífice declara que desea proseguir todavía más en la constante búsqueda de la comunión eclesial, y para hacer efectivo este propósito, ¡elimina la obra de sus predecesores poniendo límites arbitrarios y obstáculos a lo que aquellos establecieron con intención ecuménica intraeclesial y de respeto a la libertad de sacerdotes y fieles! Promueve la comunión eclesial al revés. Las nuevas medidas implican un lamentable retroceso. La pax litúrgica que, con sabiduría y excelsa caridad, buscó Benedicto XVI con Summorum Pontificum, ha sido barrida de un plumazo. Un nuevo Papa deberá restablecer la plena y absoluta libertad de todos los sacerdotes, sin necesidad de tener que pedir permiso a su obispo, para celebrar la «Misa de antes».

Resulta sorprendente la dureza de la reacción del Vaticano frente a lo que denomina una moda; especialmente, entre los más jóvenes. ¿Acaso una moda no es de por sí pasajera y, con frecuencia, muy fugaz? Está claro que, en la práctica, no la considera como tal; y, por eso, se dio esta respuesta desproporcionada.

Me consta que muchos jóvenes de nuestras parroquias están hartos de los abusos litúrgicos que la jerarquía permite sin corregirlos; desean una celebración eucarística que garantice una participación seria y profundamente religiosa. No hay en esta aspiración nada de ideológico. Esos jóvenes –y algunos que ya no lo son- no van a Misa para ver un espectáculo, o a celebrarse a ellos mismos; van para darle gloria a Dios, santificarse, y llevar luego a todas partes el dulce aroma de Cristo. Por otra parte, ya que hay que estar bien atentos a los signos de los tiempos, y a la escucha, ¿no deben ser escuchados estos hermanos nuestros; enraizados en lo más puro de la Tradición y la Ortodoxia?

Hace nueve años, en 2012, convocado por el entonces Papa Benedicto XVI, tuve el honor de participar en el sínodo de la Nueva Evangelización. Me conmovió, especialmente, la exposición de Tomasso Spinelli, joven catequista, de 23 años, de la Diócesis de Roma. Yo cuando lo escuché me dije: leeré este mensaje a los seminaristas. Sus palabras fueron rubricadas con el aplauso más importante del Sínodo. «Ustedes los sacerdotes (dirigiéndose a los Obispos) –dijo- han hablado sobre el papel de los laicos. Yo, que soy laico, quiero hablar del papel de los sacerdotes.

«Nosotros los jóvenes –añadió Tomasso- tenemos necesidad de guías fuertes, sólidos en su vocación y en su identidad. Es de ustedes, sacerdotes, de quienes nosotros aprendemos a ser cristianos, y ahora que las familias están más desunidas, su papel es todavía más importante para nosotros. Ustedes nos testimonian la fidelidad a una vocación, nos enseñan la solidez en la vida, y la posibilidad de elegir un modo alternativo de vivir, siendo éste más bello que el que nos propone la sociedad actual.

    «Mi experiencia –remarcó el joven- testimonia que allí donde hay un sacerdote apasionado, la comunidad, en poco tiempo, florece. La fe no ha perdido atractivo, pero es necesario que existan personas que la muestren como una elección seria, sensata y creíble. Lo que me preocupa es que estos modelos se han convertido en una minoría. El Sacerdote ha perdido confianza en la importancia de su propio ministerio, ha perdido carisma y cultura. Veo sacerdotes que identifican ‘dedicarse a los jóvenes’ con ‘disfrazarse de joven’; o, peor aún, vivir el estilo de vida de los jóvenes. Y lo mismo en la liturgia, ya que en el intento de hacerse originales se convierten en insignificantes. Les pido el coraje de ser ustedes mismos. No teman, porque allí donde sean auténticamente sacerdotes, allí donde propongan sin miedo la verdad de la fe, allí donde no tengan miedo de enseñarnos a rezar, nosotros los jóvenes los seguiremos. Hacemos nuestras las palabras de Pedro, ‘Señor, ¿a quién iremos? Solo Tú tienes palabras de vida eterna’. Nosotros tenemos hambre de lo eterno y de lo verdadero».

Tomasso nos dejó una hermosa lección de amor a Cristo y la Iglesia. Casi una década después sus palabras son de una enorme actualidad. Jóvenes como él son parte de la solución, y no del problema. Está en nosotros, los pastores, constituidos como tales por el mismo Jesucristo; y no por ningún consenso humano, ni desviaciones antropocéntricas, guiarlos, enseñarles y conducirlos al encuentro con Dios. Les advierte San Pablo a los Corintios: Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo (1 Cor 3, 10-11). Esa es la verdadera salida que nos pide el único Señor de la Historia. La que siempre va hacia adelante; hacia el encuentro definitivo en la Eternidad…

+ Héctor Aguer.-

Buenos Aires, miércoles 10 de Noviembre de 2021.
Memoria de San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia.
En Argentina, Día de la Tradición.-

 InfoCatólica 
10/11/21 8:41 AM


viernes, 12 de noviembre de 2021

Mensaje del Santo Padre Francisco para la V° Jornada mundial de los pobres.



Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
14 de noviembre de 2021

«A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7)

 1. «A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7). Jesús pronunció estas palabras en el contexto de una comida en Betania, en casa de un tal Simón, llamado “el leproso”, unos días antes de la Pascua. Según narra el evangelista, una mujer entró con un frasco de alabastro lleno de un perfume muy valioso y lo derramó sobre la cabeza de Jesús. Ese gesto suscitó gran asombro y dio lugar a dos interpretaciones diversas.

La primera fue la indignación de algunos de los presentes, entre ellos los discípulos que, considerando el valor del perfume —unos 300 denarios, equivalentes al salario anual de un obrero— pensaron que habría sido mejor venderlo y dar lo recaudado a los pobres. Según el Evangelio de Juan, fue Judas quien se hizo intérprete de esta opinión: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para darlos a los pobres?». Y el evangelista señala: «Esto no lo dijo porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía la bolsa del dinero en común, robaba de lo que echaban en ella» (12,5-6). No es casualidad que esta dura crítica salga de la boca del traidor, es la prueba de que quienes no reconocen a los pobres traicionan la enseñanza de Jesús y no pueden ser sus discípulos. A este respecto, recordamos las contundentes palabras de Orígenes: «Judas parecía preocuparse por los pobres [...]. Si ahora todavía hay alguien que tiene la bolsa de la Iglesia y habla a favor de los pobres como Judas, pero luego toma lo que ponen dentro, entonces, que tenga su parte junto a Judas» (Comentario al Evangelio de Mateo, XI, 9).

La segunda interpretación la dio el propio Jesús y permite captar el sentido profundo del gesto realizado por la mujer. Él dijo: «¡Déjenla! ¿Por qué la molestan? Ha hecho una obra buena conmigo» (Mc 14,6). Jesús sabía que su muerte estaba cercana y vio en ese gesto la anticipación de la unción de su cuerpo sin vida antes de ser depuesto en el sepulcro. Esta visión va más allá de cualquier expectativa de los comensales. Jesús les recuerda que el primer pobre es Él, el más pobre entre los pobres, porque los representa a todos. Y es también en nombre de los pobres, de las personas solas, marginadas y discriminadas, que el Hijo de Dios aceptó el gesto de aquella mujer. Ella, con su sensibilidad femenina, demostró ser la única que comprendió el estado de ánimo del Señor. Esta mujer anónima, destinada quizá por esto a representar a todo el universo femenino que a lo largo de los siglos no tendrá voz y sufrirá violencia, inauguró la significativa presencia de las mujeres que participan en el momento culminante de la vida de Cristo: su crucifixión, muerte y sepultura, y su aparición como Resucitado. Las mujeres, tan a menudo discriminadas y mantenidas al margen de los puestos de responsabilidad, en las páginas de los Evangelios son, en cambio, protagonistas en la historia de la revelación. Y es elocuente la expresión final de Jesús, que asoció a esta mujer a la gran misión evangelizadora: «Les aseguro que, para honrar su memoria, en cualquier parte del mundo donde se proclame la Buena Noticia se contará lo que ella acaba de hacer conmigo» (Mc 14,9).

2. Esta fuerte “empatía” entre Jesús y la mujer, y el modo en que Él interpretó su unción, en contraste con la visión escandalizada de Judas y de los otros, abre un camino fecundo de reflexión sobre el vínculo inseparable que hay entre Jesús, los pobres y el anuncio del Evangelio.

El rostro de Dios que Él revela, de hecho, es el de un Padre para los pobres y cercano a los pobres. Toda la obra de Jesús afirma que la pobreza no es fruto de la fatalidad, sino un signo concreto de su presencia entre nosotros. No lo encontramos cuando y donde quisiéramos, sino que lo reconocemos en la vida de los pobres, en su sufrimiento e indigencia, en las condiciones a veces inhumanas en las que se ven obligados a vivir. No me canso de repetir que los pobres son verdaderos evangelizadores porque fueron los primeros en ser evangelizados y llamados a compartir la bienaventuranza del Señor y su Reino (cf. Mt 5,3).

Los pobres de cualquier condición y de cualquier latitud nos evangelizan, porque nos permiten redescubrir de manera siempre nueva los rasgos más genuinos del rostro del Padre. «Ellos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar del sensus fidei, en sus propios dolores conocen al Cristo sufriente. Es necesario que todos nos dejemos evangelizar por ellos. La nueva evangelización es una invitación a reconocer la fuerza salvífica de sus vidas y a ponerlos en el centro del camino de la Iglesia. Estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos, a prestarles nuestra voz en sus causas, pero también a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos. Nuestro compromiso no consiste exclusivamente en acciones o en programas de promoción y asistencia; lo que el Espíritu moviliza no es un desborde activista, sino ante todo una atención puesta en el otro “considerándolo como uno consigo”. Esta atención amante es el inicio de una verdadera preocupación por su persona, a partir de la cual deseo buscar efectivamente su bien» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 198-199).

3. Jesús no sólo está de parte de los pobres, sino que comparte con ellos la misma suerte. Esta es una importante lección también para sus discípulos de todos los tiempos. Sus palabras «a los pobres los tienen siempre con ustedes» también indican que su presencia en medio de nosotros es constante, pero que no debe conducirnos a un acostumbramiento que se convierta en indiferencia, sino a involucrarnos en un compartir la vida que no admite delegaciones. Los pobres no son personas “externas” a la comunidad, sino hermanos y hermanas con los cuales compartir el sufrimiento para aliviar su malestar y marginación, para devolverles la dignidad perdida y asegurarles la necesaria inclusión social. Por otra parte, se sabe que una obra de beneficencia presupone un benefactor y un beneficiado, mientras que el compartir genera fraternidad. La limosna es ocasional, mientras que el compartir es duradero. La primera corre el riesgo de gratificar a quien la realiza y humillar a quien la recibe; el segundo refuerza la solidaridad y sienta las bases necesarias para alcanzar la justicia. En definitiva, los creyentes, cuando quieren ver y palpar a Jesús en persona, saben a dónde dirigirse, los pobres son sacramento de Cristo, representan su persona y remiten a él.

Tenemos muchos ejemplos de santos y santas que han hecho del compartir con los pobres su proyecto de vida. Pienso, entre otros, en el padre Damián de Veuster, santo apóstol de los leprosos. Con gran generosidad respondió a la llamada de ir a la isla de Molokai, convertida en un gueto accesible sólo a los leprosos, para vivir y morir con ellos. Puso manos a la obra e hizo todo lo posible para que la vida de esos pobres, enfermos y marginados, reducidos a la extrema degradación, fuera digna de ser vivida. Se hizo médico y enfermero, sin reparar en los riesgos que corría, y llevó la luz del amor a esa “colonia de muerte”, como era llamada la isla. La lepra lo afectó también a él, signo de un compartir total con los hermanos y hermanas por los que había dado la vida. Su testimonio es muy actual en nuestros días, marcados por la pandemia de coronavirus. La gracia de Dios actúa ciertamente en el corazón de muchos que, sin aparecer, se gastan por los más pobres en un concreto compartir.

4. Necesitamos, pues, adherirnos con plena convicción a la invitación del Señor: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia» (Mc 1,15). Esta conversión consiste, en primer lugar, en abrir nuestro corazón para reconocer las múltiples expresiones de la pobreza y en manifestar el Reino de Dios mediante un estilo de vida coherente con la fe que profesamos. A menudo los pobres son considerados como personas separadas, como una categoría que requiere un particular servicio caritativo. Seguir a Jesús implica, en este sentido, un cambio de mentalidad, es decir, acoger el reto de compartir y participar. Convertirnos en sus discípulos implica la opción de no acumular tesoros en la tierra, que dan la ilusión de una seguridad en realidad frágil y efímera. Por el contrario, requiere la disponibilidad para liberarse de todo vínculo que impida alcanzar la verdadera felicidad y bienaventuranza, para reconocer lo que es duradero y que no puede ser destruido por nada ni por nadie (cf. Mt 6,19-20).

La enseñanza de Jesús también en este caso va a contracorriente, porque promete lo que sólo los ojos de la fe pueden ver y experimentar con absoluta certeza: «Y todo el que deje casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o campos por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). Si no se elige convertirse en pobres de las riquezas efímeras, del poder mundano y de la vanagloria, nunca se podrá dar la vida por amor; se vivirá una existencia fragmentaria, llena de buenos propósitos, pero ineficaz para transformar el mundo. Se trata, por tanto, de abrirse con decisión a la gracia de Cristo, que puede hacernos testigos de su caridad sin límites y devolverle credibilidad a nuestra presencia en el mundo.

5. El Evangelio de Cristo impulsa a estar especialmente atentos a los pobres y pide reconocer las múltiples y demasiadas formas de desorden moral y social que generan siempre nuevas formas de pobreza. Parece que se está imponiendo la idea de que los pobres no sólo son responsables de su condición, sino que constituyen una carga intolerable para un sistema económico que pone en el centro los intereses de algunas categorías privilegiadas. Un mercado que ignora o selecciona los principios éticos crea condiciones inhumanas que se abaten sobre las personas que ya viven en condiciones precarias. Se asiste así a la creación de trampas siempre nuevas de indigencia y exclusión, producidas por actores económicos y financieros sin escrúpulos, carentes de sentido humanitario y de responsabilidad social.

El año pasado, además, se añadió otra plaga que produjo ulteriormente más pobres: la pandemia. Esta sigue tocando a las puertas de millones de personas y, cuando no trae consigo el sufrimiento y la muerte, es de todas maneras portadora de pobreza. Los pobres han aumentado desproporcionadamente y, por desgracia, seguirán aumentando en los próximos meses. Algunos países, a causa de la pandemia, están sufriendo gravísimas consecuencias, de modo que las personas más vulnerables están privadas de los bienes de primera necesidad. Las largas filas frente a los comedores para los pobres son el signo tangible de este deterioro. Una mirada atenta exige que se encuentren las soluciones más adecuadas para combatir el virus a nivel mundial, sin apuntar a intereses partidistas. En particular, es urgente dar respuestas concretas a quienes padecen el desempleo, que golpea dramáticamente a muchos padres de familia, mujeres y jóvenes. La solidaridad social y la generosidad de la que muchas personas son capaces, gracias a Dios, unidas a proyectos de promoción humana a largo plazo, están aportando y aportarán una contribución muy importante en esta coyuntura.

6. Sin embargo, permanece abierto el interrogante, que no es obvio en absoluto: ¿cómo es posible dar una solución tangible a los millones de pobres que a menudo sólo encuentran indiferencia, o incluso fastidio, como respuesta? ¿Qué camino de justicia es necesario recorrer para que se superen las desigualdades sociales y se restablezca la dignidad humana, tantas veces pisoteada? Un estilo de vida individualista es cómplice en la generación de pobreza, y a menudo descarga sobre los pobres toda la responsabilidad de su condición. Sin embargo, la pobreza no es fruto del destino sino consecuencia del egoísmo. Por lo tanto, es decisivo dar vida a procesos de desarrollo en los que se valoren las capacidades de todos, para que la complementariedad de las competencias y la diversidad de las funciones den lugar a un recurso común de participación. Hay muchas pobrezas de los “ricos” que podrían ser curadas por la riqueza de los “pobres”, ¡si sólo se encontraran y se conocieran! Ninguno es tan pobre que no pueda dar algo de sí mismo en la reciprocidad. Los pobres no pueden ser sólo los que reciben; hay que ponerlos en condiciones de poder dar, porque saben bien cómo corresponder. ¡Cuántos ejemplos de compartir están ante nuestros ojos! Los pobres nos enseñan a menudo la solidaridad y el compartir. Es cierto, son personas a las que les falta algo, frecuentemente les falta mucho e incluso lo necesario, pero no les falta todo, porque conservan la dignidad de hijos de Dios que nada ni nadie les puede quitar.

7. Por eso se requiere un enfoque diferente de la pobreza. Es un reto que los gobiernos y las instituciones mundiales deben afrontar con un modelo social previsor, capaz de responder a las nuevas formas de pobreza que afectan al mundo y que marcarán las próximas décadas de forma decisiva. Si se margina a los pobres, como si fueran los culpables de su condición, entonces el concepto mismo de democracia se pone en crisis y toda política social se vuelve un fracaso. Con gran humildad deberíamos confesar que en lo referente a los pobres somos a menudo incompetentes. Se habla de ellos en abstracto, nos detenemos en las estadísticas y se piensa en provocar conmoción con algún documental. La pobreza, por el contrario, debería suscitar una planificación creativa, que permita aumentar la libertad efectiva para poder realizar la existencia con las capacidades propias de cada persona. Pensar que la libertad se concede e incrementa por la posesión de dinero es una ilusión de la que hay que alejarse. Servir eficazmente a los pobres impulsa a la acción y permite encontrar los medios más adecuados para levantar y promover a esta parte de la humanidad, demasiadas veces anónima y sin voz, pero que tiene impresa en sí el rostro del Salvador que pide ayuda.

8. «A los pobres los tienen siempre con ustedes» (Mc 14,7). Es una invitación a no perder nunca de vista la oportunidad que se ofrece de hacer el bien. En el fondo se puede entrever el antiguo mandato bíblico: «Si hubiese un hermano pobre entre los tuyos, no seas inhumano ni le niegues tu ayuda a tu hermano el pobre. Por el contrario, tiéndele la mano y préstale lo que necesite, lo que le falte. […] Le prestarás, y no de mala gana, porque por eso el Señor, tu Dios, te bendecirá en todo lo que hagas y emprendas. Ya que no faltarán pobres en la tierra» (Dt 15.7-8.10-11). El apóstol Pablo se sitúa en la misma línea cuando exhorta a los cristianos de sus comunidades a socorrer a los pobres de la primera comunidad de Jerusalén y a hacerlo «no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama a quien da con alegría» (2 Co 9,7). No se trata de aliviar nuestra conciencia dando alguna limosna, sino más bien de contrastar la cultura de la indiferencia y la injusticia con la que tratamos a los pobres.

En este contexto también es bueno recordar las palabras de san Juan Crisóstomo: «El que es generoso no debe pedir cuentas de la conducta, sino sólo mejorar la condición de pobreza y satisfacer la necesidad. El pobre sólo tiene una defensa: su pobreza y la condición de necesidad en la que se encuentra. No le pidas nada más; pero aunque fuese el hombre más malvado del mundo, si le falta el alimento necesario, librémosle del hambre. [...] El hombre misericordioso es un puerto para quien está en necesidad: el puerto acoge y libera del peligro a todos los náufragos; sean ellos malvados, buenos, o sean como sean aquellos que se encuentren en peligro, el puerto los protege dentro de su bahía. Por tanto, también tú, cuando veas en tierra a un hombre que ha sufrido el naufragio de la pobreza, no juzgues, no pidas cuentas de su conducta, sino libéralo de la desgracia» (Discursos sobre el pobre Lázaro, II, 5).

9. Es decisivo que se aumente la sensibilidad para comprender las necesidades de los pobres, en continuo cambio como lo son las condiciones de vida. De hecho, hoy en día, en las zonas económicamente más desarrolladas del mundo, se está menos dispuestos que en el pasado a enfrentarse a la pobreza. El estado de relativo bienestar al que se está acostumbrados hace más difícil aceptar sacrificios y privaciones. Se es capaz de todo, con tal de no perder lo que ha sido fruto de una conquista fácil. Así, se cae en formas de rencor, de nerviosismo espasmódico, de reivindicaciones que llevan al miedo, a la angustia y, en algunos casos, a la violencia. Este no ha de ser el criterio sobre el que se construya el futuro; sin embargo, estas también son formas de pobreza de las que no se puede apartar la mirada. Debemos estar abiertos a leer los signos de los tiempos que expresan nuevas modalidades de cómo ser evangelizadores en el mundo contemporáneo. La ayuda inmediata para satisfacer las necesidades de los pobres no debe impedirnos ser previsores a la hora de poner en práctica nuevos signos del amor y de la caridad cristiana como respuesta a las nuevas formas de pobreza que experimenta la humanidad de hoy.

Deseo que la Jornada Mundial de los Pobres, que llega a su quinta edición, arraigue cada vez más en nuestras Iglesias locales y se abra a un movimiento de evangelización que en primera instancia salga al encuentro de los pobres, allí donde estén. No podemos esperar a que llamen a nuestra puerta, es urgente que vayamos nosotros a encontrarlos en sus casas, en los hospitales y en las residencias asistenciales, en las calles y en los rincones oscuros donde a veces se esconden, en los centros de refugio y acogida... Es importante entender cómo se sienten, qué perciben y qué deseos tienen en el corazón. Hagamos nuestras las apremiantes palabras de don Primo Mazzolari: «Quisiera pedirles que no me pregunten si hay pobres, quiénes son y cuántos son, porque temo que tales preguntas representen una distracción o el pretexto para apartarse de una indicación precisa de la conciencia y del corazón. [...] Nunca he contado a los pobres, porque no se pueden contar: a los pobres se les abraza, no se les cuenta» (“Adesso” n. 7 – 15 abril 1949). Los pobres están entre nosotros. Qué evangélico sería si pudiéramos decir con toda verdad: también nosotros somos pobres, porque sólo así lograremos reconocerlos realmente y hacerlos parte de nuestra vida e instrumentos de salvación.

Roma, San Juan de Letrán, 13 de junio de 2021, Memoria litúrgica de san Antonio de Padua.


martes, 2 de noviembre de 2021

¿Puede un cristiano poner un altar de difuntos por día de muertos? Esto explica sacerdote

por David Ramos   

 Ante la próxima celebración de la Fiesta de los Fieles Difuntos, conocida en México y en otros países de la región como Día de Muertos, un sacerdote mexicano respondió a la inquietud: ¿puede un cristiano poner un altar o una ofrenda de muertos?

A través de su canal de YouTube, el P. José de Jesús Aguilar, subdirector de Radio y Televisión de la Arquidiócesis Primada de México, subrayó que “la muerte no es un personaje, simplemente es una limitación humana, y por eso nosotros no damos culto ni admiramos la limitación humana, sino más bien los cristianos damos culto a la vida”.

El sacerdote mexicano destacó que “Cristo se ha hecho hombre para decirnos que el ser humano puede trascender si vive el amor, si está tomado de la mano de Dios, que Él que es inmortal, que es eterno, puede hacer que nuestra vida continúe en el más allá”.

“Por lo tanto, un Cristiano no da culto a la muerte”, subrayó, sino que “da culto a Dios, que es la fuente de la vida. Y por lo tanto, un cristiano tiene cultura de vida y no cultura de muerte”.

Tras reflexionar sobre cómo tras la muerte y la descomposición del cuerpo humano lo que suele quedar son los huesos, el P. Aguilar señaló que “también en el cristianismo, los cráneos han representado lo fugaz de la vida. Ya lo dice uno de los libros de la Sagrada Escritura: todo es pasajero, todo es vanidad. Vanitas en latín significa lo que es pasajero”.

El sacerdote indicó además que “si tú llegas a la Basílica de San Pedro, vas a ver sus esculturas, donde los Papas son representados con sus atuendos, con su tiara papal, pero debajo de ellos está un esqueleto, quizás incluso con un reloj de arena, indicando aunque haya sido Pontífice, aunque haya sido muy espiritual, tarde o temprano la vida corporal, la vida material, ya termina”.

“Muchos cráneos, también en algunas tumbas de frailes, eran para eso, no para burlarse de la muerte, ni tampoco para decir ‘nos gustan los cráneos, qué maravillosos’”, dijo.

Por eso, continuó, “si ponemos un cráneo en algún lugar no es porque estemos dando culto a la muerte, o porque queremos ya pronto morimos, sino para recordar ese paso fugaz”.

“En este sentido, si alguien utiliza un cráneo en este tiempo o en cualquier otro para recordar el paso fugaz de esta tierra, no hay ningún problema”, explicó.

El sacerdote mexicano destacó los cráneos “embellecidos” popularmente usados en estos días en México, y señaló que se trata de una forma de “disimular el miedo” a la muerte.

“Si tú le preguntas a cualquier gente, la mayoría tiene miedo a la muerte, no quiere morirse”, dijo, por lo que “cuando se disfraza un poquito de algo jocoso, de algo divertido, de algo no tan terrible, ayuda a que no sea tan doloroso ese momento”.

Al referirse luego específicamente al altar, el P. Aguilar señaló que este “es una estructura consagrada al culto religioso”.

“Sobre un altar se hacen o bien ofrendas o bien sacrificios”, dijo.

Luego indicó que “las ofrendas, desde el punto de vista cristiano, pueden tener 3 sentidos”, siendo el primero es “ofrecer algo que Dios puede recibir”.

“En este caso, el mejor altar cristiano es donde se ofrece la Santa Misa, porque esa es la mejor ofrenda, ya que Cristo es quien se ofrece en el altar”, dijo.

“Claro que también algunas personas tienen en su casa pequeñas mesas o repisas altares en donde colocan, por ejemplo, alguna imagen de la Divina Providencia o de Cristo, ante las que colocan flores o velas”, añadió.

El “segundo sentido de la ofrenda cristiana”, continuó, es el de “ofrecer algo que nos recuerda en este altar el ejemplo o intercesión de la Virgen María y los santos”.

El P. Aguilar subrayó que se trata de “una forma de veneración” y “nunca como adoración, porque a los ángeles, a los santos, a la Virgen María, no se les adora, solamente se les venera”.

El tercer sentido de la ofrenda cristiana, continuó, es “ofrecer algo en memoria o recuerdo de nuestros difuntos”, como una forma de “agradecer todo el bien que nos hicieron y para pedir por su eterno descanso y el perdón de sus pecados”.

En este tipo de ofrendas, dijo, se encuentran “los lugares donde se coloca una fotografía del difunto o de los difuntos, o alguna vela o veladora”.

Para el P. Aguilar, un altar de muertos cristiano puede “conjugar” la parte artística, con los colores, las calaveras de azúcar, entre otros elementos, con aquellos que sirvan para “reafirmar nuestra fe en la resurrección en que nuestros difuntos han trascendido a este mundo y se encuentran o bien en camino, en el purgatorio, o han llegado ya a la meta definitiva que es el amor de Dios y el Gozo Eterno”.

“Por lo tanto, los altares cristianos tienen que ser altares que hablen de agradecimiento a Dios por todo lo que Él les dio a nuestros difuntos en esta tierra, y porque los llevó a su presencia”.

“Y también un agradecimiento a los difuntos, a nuestros seres queridos, por todo el bien que nos hicieron”, añadió.

Estos altares de muertos, subrayó, “deben de ser altares llenos de luz y color, porque Cristo es la Luz del mundo”.

“Pueden tener un poco de sal para significar que nuestros seres queridos fueron sal, que dio sabor a nuestra vida, o también agua, para indicar que fueron bautizados”.

El sacerdote mexicano indicó que en este altar de muertos cristiano puede haber también “una Cruz o crucifijo, que es el precio de la redención, el precio de la redención de los difuntos y también la Cruz de cada día que ellos decidieron tomar para seguir a Cristo”.

“En el campo de los signos pueden entrar también sus fotografías para indicar que los recordamos y extrañamos”, así como “las flores, signo de sus buenas obras, signo de alegría por su resurrección, y también signo de que, como las flores, nosotros nos marchitaremos y tendremos un final”.

“Pero no triste, sino lleno de esperanza, porque como las flores, antes de marchitarse alegraron el mundo con su color y perfumado del mundo, con sus aromas”, dijo.

En el altar de muertos, continuó, se pueden colocar “alimentos, pero no para que ellos vengan a consumir, sino para recordar lo que gozaron y les gustó en esta vida”.

“Los alimentos que nuestros padres nos ofrecieron con su trabajo o bien los alimentos que compartimos con ellos, las cenas de Navidad, los cumpleaños, están reflejados en nuestros alimentos”, indicó.

ACI Prensa 1.11.2021

sábado, 30 de octubre de 2021

Vaticano: Extienden a todo noviembre las indulgencias del Día de los fieles difuntos.

 

La Penitenciaría Apostólica emitió un decreto en el que se anuncia la ampliación de las indulgencias plenarias de forma análoga al 2020.

Un decreto de la Penitenciaría Apostólica, publicado hoy, establece la posibilidad de ganar indulgencias plenarias con ocasión de la conmemoración de todos los fieles difuntos durante todo noviembre.

El texto afirma que la decisión se tomó tras haber escuchado "las diversas súplicas recibidas recientemente de varios sagrados pastores de la Iglesia, debido al estado de pandemia que continúa".

La Penitenciaría Apostólica, por tanto, "confirma y prorroga para noviembre de 2021 todos los beneficios espirituales ya concedidos el 22 de octubre de 2020", a través de un decreto similar con el que, también a causa del Covid-19, se prorrogaron las indulgencias plenarias para los fieles difuntos para todo noviembre de 2020.

El decreto ilustra los beneficios de la ampliación: "De la renovada generosidad de la Iglesia", se lee, "los fieles sacarán ciertamente intenciones piadosas y vigor espiritual para dirigir su vida según la ley del Evangelio, en comunión filial y devoción al Sumo Pontífice, fundamento visible y Pastor de la Iglesia católica".

Cardenal Piacenza: una devoción muy sentida

 El presente decreto, al igual que el emitido el año pasado, en plena pandemia, pretende responder a la necesidad de evitar las reuniones, causa potencial de la propagación del Covid-19, que aún afecta en mayor o menor medida a la población mundial, explicó a Vatican News el penitenciario mayor, cardenal Mauro Piacenza.

“La costumbre codificada es la de una indulgencia plenaria en todos los días del Octavario, del 1 al 8 de noviembre, para todos aquellos que visiten los cementerios rezando por los difuntos, y el 2 de noviembre, concretamente, la visita a una iglesia u oratorio rezando el Padrenuestro y el Credo", indicó.

El cardenal Piacenza dijo que se trata de una forma de devoción muy sentida, que se expresa participando en la misa y visitando los cementerios, y por ello, para que la gente pueda diluir sus visitas sin crear una multitud, "se ha decidido diluir en el tiempo la posibilidad de utilizar las indulgencias y así durante todo el mes de noviembre se podrá adquirir lo previsto para los primeros 8 días de noviembre".

En cuanto a la relación entre la solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los difuntos, el Penitenciario Mayor recordó que: "Estamos llamados en estos días a reavivar nuestra certeza en la gloria y la bienaventuranza eternas" y recomendó: "pidamos humildemente y con confianza perdón por los que nos han dejado, por sus pequeñas o grandes faltas, ellos que sin embargo ya están salvados en el amor de Dios, y renovemos nuestro compromiso de fe".+


  28 de octubre, 2021
    Ciudad del Vaticano (AICA)

 El Decreto

He aquí el texto del decreto: “La Penitenciaría Apostólica, habiendo escuchado las diversas súplicas recibidas recientemente de varios Sagrados Pastores de la Iglesia, debido al estado de la pandemia que continúa, confirma y extiende para todo el mes de noviembre de 2021 todos los beneficios espirituales ya concedidos el 22 de octubre de 2020, mediante el Decreto Prot. N. 791/20/I con el que, debido a la pandemia de la Covid-19”, se extendieron las indulgencias plenarias para los fieles difuntos para todo el mes de noviembre de 2020.

“De la renovada generosidad de la Iglesia los fieles sacarán ciertamente intenciones piadosas y vigor espiritual para dirigir su vida según la ley evangélica, en comunión filial y devoción al Sumo Pontífice, fundamento visible y Pastor de la Iglesia católica. Este Decreto es válido para todo el mes de noviembre.

Cómo obtener indulgencias

El objetivo es evitar las reuniones en los cementerios. El decreto del año pasado establece, entre otras cosas, que “la Indulgencia Plenaria para quienes visiten un cementerio y recen por los difuntos, aunque sea mentalmente, establecida por regla general sólo en los días individuales del 1 al 8 de noviembre, puede trasladarse a otros días del mismo mes hasta su finalización”. Los fieles son libres de elegirlos.

Además, “la indulgencia plenaria del 2 de noviembre, establecida con motivo de la Conmemoración de todos los fieles difuntos para quienes visiten piadosamente una iglesia u oratorio y recen en ella el Padre Nuestro y el Credo, podrá trasladarse no sólo al domingo anterior o al siguiente o al día de la Solemnidad de Todos los Santos, sino también a otro día del mes de noviembre”.

Los ancianos y los enfermos

Por último, “los ancianos, los enfermos y todos aquellos que por razones graves no puedan salir de sus casas”, podrán “ganar la indulgencia plenaria siempre que, uniéndose espiritualmente a todos los demás fieles, completamente desprendidos del pecado y con la intención de cumplir cuanto antes las tres condiciones habituales (confesión sacramental, Comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre), ante una imagen de Jesús o de la Santísima Virgen María, recitar oraciones piadosas por los difuntos” como el Rosario o la meditación de pasajes evangélicos de la liturgia de los difuntos o simplemente ofreciendo “las penas y las dificultades de la propia vida”.




viernes, 1 de octubre de 2021

Carta del Sr. Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz acerca del “Levantamiento de la dispensa del precepto dominical”

Queridos hermanos y hermanas:
Teniendo en cuenta las medidas sanitarias recientemente anunciadas por el Gobierno Nacional en cuanto a la realidad estadística de COVID-19, intentando comenzar una nueva normalidad en nuestro país; he decidido levantar la dispensa de la obligación de asistir a la Misa dominical y en días de precepto en la Arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz, y restablecer esa obligación a partir del viernes 15 de octubre de 2021.
En tal sentido, animo a todos los fieles volver a participar plenamente en persona de la Eucaristía dominical, fuente y cumbre de nuestra fe católica (cf. Código de Derecho Canónico - cánones 1246-1247 y Catecismo de la Iglesia Católica - 2180). La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
Esta obligación no se aplica a los enfermos, ni a los que tienen razones para creer que han estado expuestos recientemente al coronavirus o a otra enfermedad grave o contagiosa; ni a aquellos que están confinados en su casa, en un hospital o en un centro de salud; ni a quienes tienen problemas graves de salud.
De acuerdo a la Carta (22.09.2021) de la Conferencia Episcopal Argentina (Prot. CEA Nº 118/2021), que deja al Obispo del lugar a su “prudente juicio y criterio pastoral” la recepción de la Eucaristía; por lo cual sugiero que para la comunión eucarística, los fieles puedan optar tanto en la mano como en la boca. Recomiendo vivamente a todos los ministros que distribuyen la Comunión, que extremen las medidas de higiene, sanitizándose las manos antes y después de este servicio.
Los protocolos de higiene y las demás directivas litúrgicas emanadas por la Arquidiócesis permanecen en vigor hasta nuevo aviso.
Puestos en manos de nuestra Inmaculada Madre de Guadalupe, que siempre nos cuida, los saludo con todo mi afecto. 


Santa Fe de la Vera Cruz, 1 de octubre de 2021.-
Memoria de Sta. Teresa del Niño Jesús
Año Arquidiocesano Vocacional
+ SERGIO ALFREDO FENOY
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
 

¿A qué persona seguir en los tiempos que corren?



– «Tiempos recios», llamaba Santa Teresa a los suyos -dijo Juan, mientras cerraba el libro de la «varona» de Ávila.

– «¿Los suyos? ¿qué diría de los nuestros con tanta confusión y gente mala?» – respondió Pedro.

– «Tranquilo, tranquilo… -dijo Juan mientras cerraba el libro. Que Manrique quizás haya tenido razón con lo de su padre, pero no siempre todo tiempo pasado fue mejor«.

– «Cierto. Si hasta a veces yo mismo digo: ¡qué buenos que eran los malos!«- respondió su amigo.

Santa Teresa vivió en pleno renacimiento, tiempos de mundanización eclesial, revolución protestante y papas que quemaban… (de hecho, no hay pontífices canonizados entre San Pío V y San Pío X…).

Ahora, ¿qué hacer ante tiempos de tormenta, sobre todo, cuando la Fe -la verdadera- parece estar desapareciendo de la faz de la tierra?¿a quién aferrarse?

– «Naturalmente -dirá alguno- a comunidades o personas seguras, desde lo doctrinal y lo moral».

Y es una buena respuesta, pero incompleta.

Sucede que el hombre es animal político y, por ende, se realiza en la pólis mediante la ayuda de quien actúa como regens, como «líder» para intentar llevar a buen puerto a todos. Sin embargo se olvida a veces que el jefe (o la comunidad) es medio, no fin, parte del «tanto quanto» ignaciano, por ser, al final de cuentas, creatura falible y no creador infalible.

Ni el Padre Pío, ni San Pedro, ni Francisco ni tal intelectual o sacerdote son impecables. Son sólo creaturas de Dios.

¿Qué hacer entonces? Pues juzgar obras y enseñanzas, adhiriéndose a las buenas y descartando las malas, sabiendo que es «infeliz el hombre que confía en el hombre» (Jer 17,5).

Porque solo Dios basta.

– ¿Entonces…?¿hay alguna persona confiable? -dijo Pedro.

– Sí; sólo la Segunda de la Santísima Trinidad -respondió Juan- y, por concomitancia quienes vivan en Ella como decía el Apóstol: «ya no soy yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20).

Prosit

 Que no te la cuenten…1° de octubre de 2021

P. Javier Olivera Ravasi, SE

 


sábado, 18 de septiembre de 2021

Benedicto XVI confirma en la fe: debe rechazarse la legalización de las uniones homosexuales

 «El hombre tiene una naturaleza que le ha sido dada y violarla conduce a la autodestrucción»  

En la introducción de un nuevo libro, Benedicto XVI ha advertido de que cualquier tipo de legalización de las uniones homosexuales, -que algunos obispos defienden si no se les llama matrimonio- es una perversión de la ley natural y una revolución opuesta a toda la tradición de la humanidad hasta hoy. El pontífice emérito, que asegura que la deriva empezó con la aceptación de la anticoncepción, reafirma lo que la Iglesia ha enseñado siempre sobre estas cuestiones, doctrina que él defendió siendo cardenal Prefecto de la Doctrina de la Fe, avalado por Juan Pablo II, y luego como Papa.

El papa emérito Benedicto XVI ha señalado que la legalización del matrimonio de personas del mismo sexo en muchos países es «una distorsión de la conciencia» que también ha afectado a algunos en círculos católicos.

En la introducción de un nuevo libro, que reúne sus escritos sobre Europa y cuenta con un prefacio del Papa Francisco, Benedicto XVI resalta que «con la legalización del ‘matrimonio del mismo sexo’ en 16 países europeos, el asunto del matrimonio y la familia ha tomado una nueva dimensión que no puede ignorarse.

«Presenciamos una distorsión de la conciencia que evidentemente ha penetrado profundamente en sectores de personas católicas», advierte el pontífice emérito.

«Esto no puede responderse con un poco de moralismo o incluso con algunas referencias exegéticas. Este problema es más profundo y por lo tanto debe ser respondido en sus términos fundamentales», precisa Benedicto XVI.

La introducción, publicada en el diario Il Foglio este 16 de septiembre, pertenece al libro en italiano «La verdadera Europa: Identidad y misión».

Benedicto XVI asegura que el concepto de «matrimonio del mismo sexo» es «una contradicción con todas las culturas de la humanidad que se han sucedido hasta ahora, y significa una revolución cultural opuesta a toda la tradición de la humanidad hasta hoy».

El papa Emérito resalta que no hay duda de que las distintas culturas tienen diversas concepciones morales y jurídicas sobre el matrimonio y la familia, como las profundas diferencias entre monogamia y poligamia. Sin embargo, nunca se ha cuestionado el hecho de que la existencia del ser humano en sus formas masculina y femenina está ordenada a la procreación, «así como el hecho que la comunidad de hombre y mujer y la apertura a la transmisión de la vida determinan la esencia de lo que se llama matrimonio».

«La certeza básica de que la humanidad existe como masculina y femenina, y que la transmisión de la vida sirve a esta tarea y que, en esta, más allá de todas las diferencias, en esto consiste esencialmente el matrimonio, es una certeza original que ha sido obvia para la humanidad hasta ahora», escribe Benedicto XVI.

Con la anticoncepción empezó todo

El papa emérito indica que lo que socava fundamentalmente esta idea se introdujo con la invención de la píldora anticonceptiva y la posibilidad que abrió de separar la fertilidad de la sexualidad.

«Esta separación significa, de hecho, que de esta manera todas las formas de sexualidad son equivalentes. Ya no existe un criterio fundamental», resalta.

Según Benedicto XVI, este nuevo mensaje transformó profundamente las conciencias de hombres y mujeres, primero lentamente pero ahora de forma más clara.

Desde la separación de sexualidad de la fertilidad, continúa, llega lo contrario:

    «La fertilidad, naturalmente, puede pensarse incluso sin sexualidad».

El pontifice alemán destaca que en ese panorama parece correcto ya no confiar más la procreación de seres humanos a la «pasión ocasional de la carne, sino a un plan y producción de humanos racionalmente». De ese modo, el ser humano ya no es «concebido ni generado sino hecho», lo que significa que una persona humana ya no es un don a ser acogido sino «un producto planificado por nuestro quehacer».

Benedicto XVI indica que si se puede planear hacer vida, también es verdad que se puede planear destruirla, alertando que el creciente apoyo al suicidio asistido y la eutanasia parece ser un «fin planeado para acabar con la vida de alguien como parte integral de la tendencia descrita».

Entonces, el asunto del matrimonio del mismo sexo consiste en ser «un poco más de mente abierta. En realidad, surge una pregunta básica: ¿quién es el hombre? Y con ella surge la pregunta sobre si hay un Creador o si somos todos simplemente productos manufacturados».

«Aparece esta alternativa: el hombre es una criatura de Dios, a su imagen y semejanza y un don de Dios, o el hombre es un producto que él mismo sabe cómo crear», escribe el papa emérito.

Benedicto XVI también señala que «el movimiento ecológico ha descubierto el límite de aquello que se puede hacer y ha reconocido que la naturaleza establece para nosotros una medida que no podemos ignorar impunemente». Y añade:

    «También el hombre tiene una naturaleza que le ha sido dada, y violarla o negarla conduce a la autodestrucción. Por esto, la creación del hombre como masculino y femenino es ignorada en el postulado del ‘matrimonio homosexual'»

Es la doctrina de siempre

La postura de Benedicto XVI es la misma que la Iglesia ha sostenido siempre sobre la homosexualidad y sobre la condición del matrimonio abierto a la vida como base fundamental de cualquier sociedad humana. Se trata de una doctrina cuestionada por diversos obispos a lo largo de todo el mundo, que pretenden que la Iglesia acepte algún tipo de legalización de las uniones homosexuales. Por no hablar de la deriva de buena parte de la Iglesia en Centroeuropa, donde muchos pretenden que se dé la bendición eclesial a ese tipo uniones contranatura.

Siendo Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y contando con el aval expreso de Juan Pablo II, el actual pontífice emérito expresó la postura de la Iglesia sobre el reconocimiento legal de las uniones homosexuales. El texto concluía así:

    «La Iglesia enseña que el respeto hacia las personas homosexuales no puede en modo alguno llevar a la aprobación del comportamiento homosexual ni a la legalización de las uniones homosexuales. El bien común exige que las leyes reconozcan, favorezcan y protejan la unión matrimonial como base de la familia, célula primaria de la sociedad. Reconocer legalmente las uniones homosexuales o equipararlas al matrimonio, significaría no solamente aprobar un comportamiento desviado y convertirlo en un modelo para la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad. La Iglesia no puede dejar de defender tales valores, para el bien de los hombres y de toda la sociedad».

Y ya como Papa, pronunció un discurso el 12 de enero del 2006, en pleno debate sobre las uniones civiles en Italia, en el que afirmó:

    «...es un grave error oscurecer el valor y las funciones de la familia legítima fundada en el matrimonio, atribuyendo a otras formas de unión reconocimientos jurídicos impropios, de los cuales no existe, en realidad, ninguna exigencia social efectiva».

En ese mismo discurso hizo referencia al pronunciado el año anterior:

    «En cambio, las diversas formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el "matrimonio a prueba", hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son expresiones de una libertad anárquica, que se quiere presentar erróneamente como verdadera liberación del hombre. Esa pseudo-libertad se funda en una trivialización del cuerpo, que inevitablemente incluye la trivialización del hombre. Se basa en el supuesto de que el hombre puede hacer de sí mismo lo que quiera:  así su cuerpo se convierte en algo secundario, algo que se puede manipular desde el punto de vista humano, algo que se puede utilizar como se quiera»

17/09/21 8:28 AM  (CNA/InfoCatólica) 



jueves, 2 de septiembre de 2021

Catequesis del Papa Francisco sobre la vigilancia ante las propuestas de rigidez espiritual

El Papa Francisco continuó la serie de catequesis sobre la Carta de San Pablo a los Gálatas en la Audiencia General de este miércoles 1 de septiembre en el Aula Pablo VI del Vaticano. El Santo Padre pidió estar atentos frente a quienes proponen caminos regresivos en la fe con propuestas de espiritualidad rígida: “¡Estad atentos frente a la rigidez que os proponen! Porque detrás de toda rigidez hay algo malo, no está el Espíritu de Dios”.


A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:

Continuamos la explicación de la Carta de San Pablo a los Gálatas. Esto no es una cosa nueva, esta explicación, no es cosa mía. Esto que estamos estudiando es lo que dice San Pablo en un conflicto muy serio a los Gálatas. También es Palabra de Dios, porque entró en la Biblia. No son cosas que alguno se inventa…, no.

Son cosas que sucedieron en aquel tiempo y que pueden repetirse. De hecho, hemos visto que en la historia se ha repetido esto. Esto simplemente es una catequesis sobre la Palabra de Dios expresada en la Carta de Pablo a los Gálatas. No es otra cosa. Tened esto siempre presente.

En las catequesis precedentes hemos visto cómo el apóstol Pablo muestra a los primeros cristianos de la Galacia el peligro de dejar el camino que han iniciado a recorrer acogiendo el Evangelio. De hecho, el riesgo es el de caer en el formalismo, que es una de las tentaciones que te llevan a la hipocresía, de la cual hemos hablado el otro día. Caer en el formalismo y renegar la nueva dignidad que han recibido. La dignidad de redimidos por Cristo. El pasaje que acabamos de escuchar da inicio a la segunda parte de la Carta. Leedla. Si tenéis tiempo, leedla.

Hasta aquí, Pablo ha hablado de su vida y de su vocación: de cómo la gracia de Dios ha transformado su existencia, poniéndola completamente al servicio de la evangelización. A este punto, interpela directamente a los Gálatas: les pone delante de las elecciones que han realizado y de su condición actual, que podría anular la experiencia de gracia vivida.

Los términos con los que el apóstol se dirige a los gálatas no son de cortesía. En las otras Cartas es fácil encontrar la expresión “hermanos” o “queridísimos”, aquí no. Dice de forma genérica “gálatas” y en dos ocasiones les llama “insensatos”, que no es un término de cortesía. No lo hace porque no sean inteligentes, sino porque, casi sin darse cuenta, corren el riesgo de perder la fe en Cristo que han acogido con tanto entusiasmo.

Son insensatos porque no se dan cuenta que el peligro es el de perder el tesoro valioso, la belleza de la novedad de Cristo. La maravilla y la tristeza del Apóstol son evidentes. No sin amargura, él provoca a esos cristianos para recordar el primer anuncio realizado por él, con el cuál les ha ofrecido la posibilidad de adquirir una libertad hasta ese momento inesperada.

El apóstol dirige a los gálatas preguntas, en el intento de sacudir sus conciencias. Se trata de interrogantes retóricos, porque los gálatas saben muy bien que su venida a la fe en Cristo es fruto de la gracia recibida con la predicación del Evangelio. Les lleva al inicio de la vocación cristiana.

La palabra que habían escuchado de Pablo se concentraba sobre el amor de Dios, manifestándose plenamente en la muerte y resurrección de Jesús. Pablo no podía encontrar expresiones más convincentes que la que probablemente les había repetido varias veces en su predicación: «No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gal 2,20). Él no quería saber otra cosa que Cristo crucificado (cfr 1 Cor 2,2).

Los gálatas deben mirar a este evento, sin dejarse distraer por otros anuncios. En resumen, el intento de Pablo es poner en un aprieto a los cristianos para que se den cuenta de lo que hay en juego y no se dejen encantar por la voz de las sirenas que quieren llevarlos a una religiosidad basada únicamente en la observancia escrupulosa de preceptos.

Porque, estos predicadores nuevos que habían llegado allí, a Galacia, les habían convencido de que debían ir atrás y asumir también los preceptos que se observaban y que te llevaban a la perfección antes de la venida de Cristo que es la gratuidad de la Salvación.

Los gálatas, por otro lado, comprendían muy bien a lo que el apóstol hacía referencia. Ciertamente, habían hecho experiencia de la acción del Espíritu Santo en la comunidad: como en las otras Iglesias, así también entre ellos se habían manifestado la caridad y varios carismas.

Puestos en aprietos, necesariamente tienen que responder que lo que han vivido era fruto de la novedad del Espíritu. Por tanto, al comienzo de su llegada a la fe, estaba la iniciativa de Dios, no de los hombres. El Espíritu Santo había sido el protagonista de su experiencia; ponerlo ahora en segundo plano para dar la primacía a las propias obras sería de insensatos. La santidad viene del Espíritu Santo. Es la gratuidad de la redención de Jesús. Esto nos justifica.

De este modo, San Pablo nos invita también a nosotros a reflexionar sobre cómo vivimos la fe. ¿El amor de Cristo crucificado y resucitado permanece en el centro de nuestra vida cotidiana como fuente de salvación, o nos conformamos con alguna formalidad religiosa para tener la conciencia tranquila? ¿Cómo vivimos nosotros la fe? ¿Estamos apegados al tesoro valioso, a la belleza de la novedad de Cristo, o preferimos algo que en el momento nos atrae, pero después nos deja un vacío dentro?

Lo efímero llama a menudo a la puerta de nuestras jornadas, pero es una triste ilusión, que nos hace caer en la superficialidad e impide discernir sobre qué vale la pena vivir realmente. Por tanto, mantenemos firme la certeza de que, también cuando tenemos la tentación de alejarnos, Dios sigue otorgando sus dones.

También, siempre en la historia, también hoy, suceden cosas que se parecen a lo que les sucedieron a los gálatas. También hoy nos vienen a calentar la oreja alguno que nos dice: ‘No, la santidad está en estos preceptos, en estas cosas…, debéis hacer esto y esto’, y nos ponen ante una religiosidad rígidez, de rigidez, que nos quita la libertad en el Espíritu que nos da la redención de Cristo.

¡Estad atentos frente a la rigidez que os proponen! Porque detrás de toda rigidez hay algo malo, no está el Espíritu de Dios. Y por esto esta Carta nos ayudará a no escuchar estas propuestas un poco fundamentalistas que nos llevan a retroceder en nuestra vida espiritual, y tratemos de avanzar en la vocación pascual de Jesús.

Es lo que el apóstol reitera a los gálatas recordando que el Padre es «el que os dona, pues, el Espíritu, y obra milagros entre vosotros» (3,5). Habla al presente. No dice ‘el Padre ha donado el Espíritu con abundancia’, no, dice ‘dona’. No dice ‘ha obrado’, dice ‘obra’, porque, no obstante, todas las dificultades que nosotros podemos poner a sus acciones, porque a pesar de nuestros pecados, Dios no nos abandona, sino que permanece con nosotros con su amor misericordioso.

Dios siempre está cercano a nosotros. Con su bondad. Es como el Padre que todos los días subía a la azotea para ver si regresaba el hijo. El amor del Padre no se cansa de nosotros. Pidamos la sabiduría de darnos cuenta siempre de esta realidad y de expulsar a los fundamentalistas que nos proponen una vida de luces artificiales, lejana a la resurrección de Cristo. La luz es necesaria, pero la luz sabia, no la artificial. Gracias.

 Redacción ACI Prensa 1  9  21

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Catequesis del Papa Francisco sobre la hipocresía



El Papa Francisco presidió la Audiencia General desde el Aula Pablo VI este miércoles 25 de agosto y lamentó la existencia de hipocresía dentro de la Iglesia, algo “particularmente detestable”. El Santo Padre explicó en su catequesis en qué consiste la hipocresía y cómo combatirla.

A continuación, el texto completo de la catequesis del Papa Francisco:

Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La Carta a los Gálatas informa de un hecho bastante sorprendente. Como hemos escuchado, Pablo dice que hizo una corrección a Cefas, es decir a Pedro, ante la comunidad de Antioquía, porque su comportamiento no fue bueno.

¿Qué había sucedido tan grave para obligar a Pablo a dirigirse en términos duros incluso a Pedro? ¿Quizá Pablo ha exagerado, ha dejado demasiado espacio a su carácter sin saber contenerse? Veremos que no es así, sino que una vez más está en juego la relación entre la Ley y la libertad.

Escribiendo a los Gálatas, Pablo menciona a propósito este episodio que había sucedido en Antioquía años antes. Pretende recordar a los cristianos de esas comunidades que no deben absolutamente escuchar a los que predican la necesidad de circuncidarse y por tanto caer “bajo la Ley” con todas sus prescripciones.

Recordemos que son aquellos predicadores fundamentalistas que llegaron allí y crearon confusión, quitaron la paz a aquella comunidad.

Objeto de la crítica hacia Pedro era su comportamiento en la participación en la mesa. A un judío la Ley le prohibía comer con los no judíos. Pero el mismo Pedro, en otra circunstancia, había ido a Cesárea a la casa del centurión Cornelio, incluso sabiendo que trasgredía la Ley. Entonces afirmó: «me ha mostrado Dios que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre» (Hch 10,28).

Una vez que volvió a Jerusalén, los cristianos circuncisos fieles a la Ley mosaica reprocharon a Pedro este comportamiento suyo, pero él se justificó diciendo: «Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor: Juan bautizó con agua, pero vosotros series bautizados con el Espíritu Santo. Por tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» (Hch 11,16-17).

Recordemos que el Espíritu Santo vino en aquel momento a casa de Cornelio cuando Pedro acudió allí.

Un hecho similar había sucedido también en Antioquía en presencia de Pablo. Primero Pedro estaba a la mesa sin ninguna dificultad con los cristianos venidos del paganismo; pero cuando llegaron a la ciudad algunos cristianos circuncisos de Jerusalén, es decir, aquellos que procedían del judaísmo, entonces ya
no lo  hizo, para no incurrir en sus críticas.

Estemos atentos a esto. El error es que estaba más atento a las críticas, a quedar bien, que a la realidad de la revelación.

Esto es grave a los ojos de Pablo, también porque Pedro era imitado por otros discípulos, el primero de todos Bernabé, que junto con Pablo había evangelizado precisamente a los Gálatas (cfr Gal 2,13). Sin quererlo, Pedro, con esa forma de actuar, no clara, no transparente, creaba de hecho una división injusta en la comunidad.

Pablo, en su reproche, utiliza un término que permite entrar en el fondo de su reacción: hipocresía (cfr Gal 2,13). Esta es una palabra que regresará varias veces. Hipocresía. Creo que todos nosotros sabemos lo que significa. La observancia de la Ley por parte de los cristianos llevaba a este comportamiento hipócrita, que el apóstol pretende combatir con fuerza y convicción. Pablo era recto. Tenía sus defectos, muchos, su carácter era terrible. Pero era recto. ¿Qué es la hipocresía? Cuando decimos: “Atento que ese es un hipócrita”. ¿Qué queremos decir?

Se puede decir que es miedo por la verdad. El hipócrita tiene miedo a la verdad. Se prefiere fingir en vez de ser uno mismo. Es como disfrazar el alma, disfrazar las actitudes, disfrazar el modo de proceder. No es la verdad. Tengo miedo de proceder como soy y me disfrazo con estas actitudes.

Fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad y así se escapa fácilmente a la obligación de decirla siempre, sea donde sea y a pesar de todo. Fingir te lleva a esto: a la media verdad, y la media verdad es una ficción porque la verdad es verdad o no es verdad, y la media verdad es ese modo de actuar que no es sincero.

Se prefiere, como he dicho, fingir impide la valentía de decir abiertamente la verdad y así se escapa fácilmente a la obligación, que es un Mandamiento, de decirla siempre, sea donde sea y a pesar de todo. En un ambiente donde las relaciones interpersonales son vividas bajo la bandera del formalismo, se difunde fácilmente el virus de la hipocresía.

Esa sonrisa que no viene del corazón. Tratar de estar bien con todos, pero con nadie.

En la Biblia se encuentran diferentes ejemplos en los que se combate la hipocresía. Un bonito testimonio es el del viejo Eleazar, a quien se le pedía que fingiera que comía carne sacrificada a las divinidades paganas para salvar su vida. Hacer como que la comía, pero no la comía. O hacer que comía la carne del cerdo, pero en realidad comía otra que le habían preparado sus amigos.

Pero ese hombre con temor de Dios respondió: «Porque a nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes creyendo que Eleazar, a sus noventa años, se ha pasado a las costumbres paganas, también ellos por mi simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa y yo atraiga mancha y deshonra a mi vejez» (2 Mac 6,24-25). Es honesto. No entra en el camino de la hipocresía. ¡Qué bonita página sobre la que reflexionar para alejarse de la hipocresía!

También los Evangelios narran diferentes situaciones en las que Jesús reprende fuertemente a aquellos que aparecen justos al externo, pero dentro están llenos de falsedad y de iniquidad (cfr Mt 23,13-29). Si tenéis hoy un poco de tiempo tomad el capítulo 23 del Evangelio de San Mateo y veréis cuántas veces Jesús dice “hipócritas, hipócritas, hipócritas”. Desvela qué es la hipocresía.

El hipócrita es una persona que finge, adula y engaña porque vive con una máscara en el rostro y no tiene el valor de enfrentarse a la verdad. Por esto, no es capaz de amar verdaderamente. Un hipócrita no sabe amar. Se limita a vivir de egoísmo y no tiene la fuerza de demostrar con transparencia su corazón. Hay muchas situaciones en las que se puede verificar la hipocresía.

A menudo se esconde en el lugar de trabajo, donde se trata de aparentar amigos con los colegas mientras la competición lleva a golpearles a la espalda. En la política no es inusual encontrar hipócritas que viven un desdoblamiento entre lo público y lo privado. Particularmente detestable es la hipocresía en la Iglesia. Por desgracia, existe la hipocresía en la Iglesia y hay muchos cristianos y muchos ministros hipócritas.

No deberíamos olvidar nunca las palabras del Señor: “Sea vuestro lenguaje: ‘sí, sí’; ‘no, no’; que lo que pasa de aquí viene del Maligno” (Mt 5,37). Hermanos y hermanas, pensemos hoy en esto que Pablo condena: la hipocresía. Y que Jesús condena: la hipocresía. No tengamos miedo de ser sinceros, de decir la verdad, sentir la verdad, conformarnos con la verdad. Así podremos amar. Un hipócrita no sabe amar. Actuar de otra manera significa poner en peligro la unidad en la Iglesia, por la cual el Señor mismo ha rezado.

 Redacción ACI Prensa  25/8/21

Catequesis del Papa Francisco sobre la importancia de la Ley

El Papa Francisco reflexionó sobre el papel de la Ley para los cristianos durante la catequesis de la Audiencia General de este miércoles 18 de agosto. El Santo Padre recordó que la Ley hay que observarla, los Mandamientos se deben cumplir “pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo”.


A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:

San Pablo, enamorado de Jesucristo, que había comprendido bien qué es la Salvación, nos ha enseñado que los «hijos de la Promesa» (Gal 4,28), es decir, todos nosotros justificados por Jesucristo, no están bajo el vínculo de la Ley, sino llamados al estilo de vida arduo en la libertad del Evangelio. Pero la Ley existe. Pero existe de otro modo, la misma Ley, los 10 Mandamientos, pero de otro modo, porque por sí misma no puede justificar una vez que ha llegado Jesús.

Por eso, en la catequesis de hoy nos preguntamos: ¿cuál es, según la Carta a los Gálatas, el papel de la Ley? En el pasaje que hemos escuchado, Pablo sostiene que la Ley ha sido como un pedagogo. Es una bonita imagen, la del pedagogo sobre la cual hemos hablado en la pasada catequesis, una imagen que merece ser comprendida en su auténtico significado.

El apóstol parece sugerir a los cristianos dividir la historia de la salvación en dos, y también su historia personal. Son dos momentos: antes de haberse hecho creyentes y después de haber recibido la fe. En el centro se pone el evento de la muerte y resurrección de Jesús, que Pablo predicó para suscitar la fe en el Hijo de Dios, fuente de salvación. En Jesucristo nosotros hemos sido justificados. Hemos sido justificados por la gratuidad de la fe en Jesucristo.

Por tanto, a partir de la fe en Cristo hay un “antes” y un “después” respecto a la misma Ley. Porque la Ley está, los Mandamientos, están. Pero hay una actitud antes de la venida de Jesús y después. La historia precedente está determinada por el estar “bajo la Ley”. Quien se encontraba en el camino de la Ley, se salvaba, estaba justificado. La sucesiva va vivida siguiendo al Espíritu Santo (cfr Gal 5,25).

Es la primera vez que Pablo utiliza esta expresión: estar “bajo la Ley”. El significado subyacente conlleva la idea de un sometimiento negativo, típico de los esclavos. Estar “bajo”. El Apóstol lo explicita diciendo que cuando uno está “bajo la Ley” se está como “vigilado” o “cerrado”, una especie de custodia preventiva. Este tiempo, dice San Pablo, ha durado mucho, desde Moisés hasta la venida de Jesús, y se perpetúa hasta que se vive en el pecado.

La relación entre la Ley y el pecado será expuesta de forma más sistemática por el apóstol en su Carta a los Romanos, escrita pocos años después de la de los gálatas. En síntesis, la Ley lleva a definir la trasgresión y hacer a las personas conscientes del propio pecado. ¿Has hecho esto? Los Mandamientos, la Ley, dice esto. Tú estás en pecado. Es más, como enseña la experiencia común, el precepto termina por estimular la trasgresión.

Escribe así en la carta a los Romanos: «Porque, cuando estábamos en la carne, las pasiones pecaminosas, excitadas por la Ley, obraban en nuestros miembros, a fin de que produjéramos frutos de muerte. Mas, al presente, hemos quedado emancipados de la ley» (7,5-6). ¿Por qué? Porque ha venido la justificación de Jesucristo. Pablo fija su visión de la Ley: «El aguijón de la muerte es el pecado; y la fuerza del pecado, la Ley» (1 Cor 15,56). Un diálogo: Tú estás bajo la Ley y ahí con la puerta abierta al pecado.

En este contexto adquiere su sentido pleno la referencia al rol pedagógico desarrollado por la Ley. La Ley es el pedagogo que te lleva a Jesús. En el sistema escolar de la antigüedad el pedagogo no tenía la función que hoy nosotros le atribuimos, es decir la de sostener la educación de un chico o una chica.

En esa época se trataba de un esclavo que tenía el encargo de acompañar al hijo del amo cuando iba donde el maestro y después acompañarlo de nuevo a casa. Así tenía que protegerlo de los peligros y vigilarlo para que no asumiera comportamientos inadecuados. Su función era más bien disciplinaria. Cuando el joven se convertía en adulto, el pedagogo cesaba sus funciones. El pedagogo, al que se refiere Pablo, no era el enseñante. No. Era el que acompañaba a la escuela, vigilaba al chico, y lo llevaba a casa.

Referirse a la Ley en estos términos permite a San Pablo aclarar el papel que esta jugó en la historia de Israel. La Torah, la Ley, había sido un acto de magnanimidad por parte de Dios con su pueblo. Después de la elección de Abraham, el otro acto grande es la Ley, fijar el camino para avanzar. Ciertamente había tenido funciones restrictivas, pero al mismo tiempo había protegido a su pueblo, lo había educado, disciplinado y sostenido en su debilidad. Sobre todo, la protección frente al paganismo. Había muchas actitudes paganas en aquel tiempo. No, está la Torah, hay un único Dios y nos puso en camino. Era un acto de bondad en el Señor.

Ciertamente, como decía, había tenido funciones restrictivas, pero al mismo tiempo había protegido a su pueblo, lo había educado, disciplinado y sostenido en su debilidad.

Es por esto que el apóstol se detiene sucesivamente al describir la fase de la minoría de edad: «Mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, con ser dueño de todo; sino que está bajo tutores y administradores hasta el tiempo fijado por el padre. De igual manera, también nosotros, cuando éramos menores de edad, vivíamos como esclavos bajo los elementos del mundo» (Gal 4,1-3).

En resumen, la convicción del apóstol es que la Ley posee ciertamente su propia función positiva, pero limitada en el tiempo. No se puede extender su duración más allá de toda medida, porque está unida a la maduración de las personas y a su elección de libertad. Una vez que se alcanza la fe, la Ley agota su valor propedéutico y debe ceder el paso a otra autoridad.

¿Qué quiere decir esto? ¿Qué ha terminado la Ley y que nosotros podemos decir ‘creemos en Jesucristo y hacemos lo que queremos’? ¡No! Los Mandamientos están ahí, pero no nos justifica. Lo que nos justifica es Jesucristo. Los Mandamientos se deben cumplir, pero no nos dan la justicia. Es la gratuidad de Jesucristo, el encuentro con Jesucristo lo que nos justifica gratuitamente.

El mérito de la fe es recibir a Jesús. El único mérito. Abrir el corazón. ¿Y qué hacemos con los Mandamientos? Observarlos, pero como una ayuda para el encuentro con Jesucristo.

Esta enseñanza sobre el valor de la ley es muy importante y merece ser considerada con atención para no caer en equívocos y realizar pasos en falso. Nos hará bien preguntarnos si aún vivimos en la época en que necesitamos la Ley, o si en cambio somos conscientes de haber recibido la gracia de habernos convertido en hijos de Dios para vivir en el amor.

¿Cómo vivo yo? ¿En el miedo de si no hago esto me voy al infierno? ¿O vivo con esa esperanza, con esa alegría de la gratuidad de la salvación en Jesucristo? Es una buena pregunta. También esta segunda: ¿Desprecio los Mandamientos? ¡No! ¿Los observo? Pero no como absolutos, porque sé que lo que me justifica es Jesucristo.
 

Redacción ACI Prensa  18/8/21

sábado, 28 de agosto de 2021

Catequesis sobre la Carta a los Gálatas 4. La ley de Moisés

 


Hermanos y hermanas, ¡buenos días!

«¿Para qué la ley?» (Gal 3,19). Esta es la pregunta en la que, siguiendo a San Pablo, queremos profundizar hoy, para reconocer la novedad de la vida cristiana animada por el Espíritu Santo. ¿Pero si está el Espíritu Santo, si está Jesús que nos ha redimido, para qué la Ley? Sobre esto debemos reflexionar hoy. El apóstol escribe: «Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gal 5,18). Sin embargo, los detractores de Pablo sostenían que los Gálatas tendrían que seguir la Ley para ser salvados. Volvían atrás. Estaban como nostálgicos de otros tiempos, de los tiempos antes de Jesucristo. El apóstol no está en absoluto de acuerdo. No es en estos términos que se había acordado con los otros apóstoles en Jerusalén. Él recuerda bien las palabras de Pedro cuando sostenía: «¿Por qué, pues, ahora tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar?» (Hch 15,10). Las disposiciones que surgieron en ese “primer concilio” - el primer Concilio ecuménico fue el de Jerusalén y las disposiciones surgidas de ese Concilio eran muy claras, y decían: «Que hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza» (Hch 15,28-29). Algunas cosas que tocaban el culto a Dios, la idolatría, y tocaban también la forma de entender la vida de ese tiempo.

Cuando Pablo habla de la Ley, hace referencia normalmente a la Ley mosaica, a la Ley de Moisés, a los Diez Mandamientos. Esta estaba relacionada con la Alianza que Dios había establecido con su pueblo, un camino para preparar esta Alianza. Según varios textos del Antiguo Testamento, la Torah – que es el término hebreo con el que se indica la Ley – es la recopilación de todas esas prescripciones y normas que los israelitas deben observar, en virtud de la Alianza con Dios. Una síntesis eficaz de qué es la Torah se puede encontrar en este texto del Deuteronomio que dice así: «Porque de nuevo se complacerá Yahveh en tu felicidad, como se complacía en la felicidad de tus padres, si tú escuchas la voz de Yahveh tu Dios guardando sus mandamientos y sus preceptos, lo que está escrito en el libro de esta Ley, si te conviertes a Yahveh tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma» (30,9-10). La observancia de la Ley garantizaba al pueblo los beneficios de la Alianza y garantizaba el vínculo particular con Dios. Este pueblo, esta gente, estas personas, están vinculadas a Dios y hacen ver esta unión con Dios en el cumplimiento, en la observancia de la Ley. Estrechando la Alianza con Israel, Dios le había ofrecido la Torah, la Ley, para que pudiera comprender su voluntad y vivir en la justicia. Pensemos que en esa época había necesidad de una Ley así, fue un gran regalo que Dios hizo a su pueblo, ¿por qué? Porque en esa época había paganismo por todos lados, la idolatría por todos lados y las conductas humanas que derivan de la idolatría y por esto el gran regalo de Dios a su pueblo es la Ley para ir adelante. En más de una ocasión, sobre todo en los libros de los profetas, se constata que la no observancia de los preceptos de la Ley constituía una verdadera traición a la Alianza, provocando la reacción de la ira de Dios. El vínculo entre Alianza y Ley era tan estrecho que las dos realidades eran inseparables. La Ley es la expresión que una persona, un pueblo está en alianza con Dios.

A la luz de todo esto es fácil entender el buen juego que tendrían esos misioneros que se habían infiltrado entre los Gálatas para sostener que la adhesión a la Alianza conllevaba también la observancia de la Ley mosaica, así como era en esa época. Sin embargo, precisamente sobre esto punto podemos descubrir la inteligencia espiritual de san Pablo y las grandes intuiciones que él ha expresado, sostenido por la gracia recibida para su misión evangelizadora.

El apóstol explica a los Gálatas que, en realidad, la Alianza con Dios y la Ley mosaica no están vinculadas de forma indisoluble. El primer elemento sobre el que se apoya es que la Alianza establecida por Dios con Abraham se basó en la fe en el cumplimiento de la promesa y no en la observancia de la Ley, que todavía no estaba. Abraham empezó a caminar siglos antes que la Ley. Escribe el apóstol: «Y digo yo: Un testamento ya hecho por Dios en debida forma [con Abraham], no puede ser anulado por la ley, que llega cuatrocientos treinta años más tarde [con Moisés], de tal modo que la promesa quede anulada. Pues si la herencia dependiera de la Ley, ya no procedería de la promesa, y sin embargo Dios otorgó a Abraham su favor en forma de promesa» (Gal 3,17-18). La promesa estaba antes que la Ley y la promesa a Abraham, y vino la ley 430 años después. La palabra “promesa” es muy importante: el pueblo de Dios, nosotros cristianos, caminamos en la vida mirando una promesa; la promesa es precisamente lo que nos atrae, nos atrae para ir adelante al encuentro con el Señor.

Con este razonamiento, Pablo alcanza un primer objetivo: la Ley no es la base de la Alianza porque llegó sucesivamente, era necesaria y justa pero primero estaba la promesa, la Alianza.

Un argumento como este pone en evidencia a los que sostienen que la Ley mosaica sea parte constitutiva de la Alianza. No, la alianza está primero, es la llamada a Abraham. La Torah, la ley, de hecho, no está incluida en la promesa hecha a Abraham. Dicho esto, no se debe pensar que san Pablo fuera contrario a la Ley mosaica. No, la observa. Más de una vez, en sus Cartas, defiende su origen divino y sostiene que esta posee un rol bien preciso en la historia de la salvación. Pero la Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa, porque no está en la condición de poder realizarla. La Ley es un camino que te lleva adelante hacia el encuentro. Pablo usa una palabra muy importante, la Ley es el “pedagogo” hacia Cristo, el pedagogo hacia la fe en Cristo, es decir el maestro que te lleva de la mano al encuentro. Quien busca la vida necesita mirar a la promesa y a su realización en Cristo.

Queridos, esta primera exposición del apóstol a los Gálatas presenta la novedad radical de la vida cristiana: todos los que tienen fe en Jesucristo están llamados a vivir en el Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento según el mandamiento del amor. Esto es muy importante, la Ley nos lleva a Jesús. Pero alguno de vosotros puede decirme: “Pero, padre, una cosa: ¿esto quiere decir que si yo rezo el Credo no tengo que cumplir los Mandamientos? No, los Mandamientos tienen actualidad en el sentido de que son los “pedagogos” que te llevan al encuentro con Jesús. Pero si tú dejas de lado el encuentro con Jesús y quieres volver para dar más importancia a los Mandamientos, eso no va bien. Y precisamente este era el problema de estos misioneros fundamentalistas que se mezclaron entre los gálatas para desorientarles. Que el Señor nos ayude a caminar sobre el camino de los Mandamientos, pero mirando al amor a Cristo hacia el encuentro con Cristo, sabiendo que el encuentro con Jesús es más importante que todos los Mandamientos.

11/8/21